martes, 8 de abril de 2008

rey edipo

(Orden lógico-causal)
En una época Layo y Yocasta gobernaban la ciudad de Cadmo, era un reino muy fructífero en todos los aspectos, sin embargo, un día por obra de los enviados del dios Apolo, llegó a oídos de los reyes una profecía la cual se cumpliría en algún tiempo.
Tal predicción consistía en que el hijo de Layo se habría de convertir en su asesino y en el esposo de su madre a la cual también le tendría que engendrar hijos. Después de un tiempo, los reyes de los Cadmeos, tuvieron un hijo al cual Layo mandó a matar con uno de sus siervos porque tenía miedo de que su primogénito le diera muerte; a los tres días de nacido, el niño tenía perforados los pies por un garfio de hierro e iba a ser arrojado desde la montaña Citerón, pero el siervo que tenía un noble corazón, no cumplió las órdenes de su rey y llevó al niño a otro reino cerca de Cadmo.
En Corintio, el siervo regaló al bebé a un empleado de los reyes de dicho lugar, el cual condujo al niño hasta el palacio real donde Pólibo y Merope (los reyes) adoptaron a aquél inocente.
Después de unos años, el bebé creció con el nombre de Edipo, nombre atribuido por las heridas de sus pies; un día Edipo se encontraba en una fiesta en la cual una persona ebria le dijo que los reyes de Corintio no eran sus verdaderos padres, así mismo le hizo saber acerca de la profecía que estaba marcada en su destino la cual decía que en un tiempo Edipo habría de matar a su padre y casarse con su madre. Lleno de incertidumbre, el soberano consultó con sus padres el comentario del borracho, pero sus padres negaron rotundamente aquel chisme.
Como Edipo había comprobado que sus verdaderos padres eran Pólibo y Merope, salió del reino para no cometer ninguna de las atrocidades que estaban establecidas, y un día vagando por el cruce o intercepción de tres caminos, se encontró con una caravana de hombres que custodiaban un carruaje, pero como el conductor lo empujó, Edipo lo atacó y finalmente mató a todas las personas que iban ahí menos a un siervo que logró escapar.
Luego, Edipo llegó a Cadmo y salvó al pueblo del tributo que le daban a la esfinge y así la población lo coronó rey y se casó con Yocasta, juntos gobernaron el reino y tuvieron cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Cierto día en la ciudad de Cadmo, la población de ese lugar encabezada por los ancianos, pide ayuda a su rey para que acabe o busque un remedio contra las enfermedades que están azotando a todas las personas y que están matando a niños, mujeres, adultos y ancianos. Edipo decide ayudarlos porque no le queda otro remedio ya que él es una persona muy importante para Cadmo.
Entonces el rey manda a su cuñado llamado Creonte a visitar al dios Apolo para que éste le diera un consejo y así acabar con la peste de la cual sufría su patria, al regresar a Cadmo, todavía encontró a los ancianos en reunión con el rey, por eso dijo las instrucciones del dios frente a todos ellos. Apolo había dicho que se acabarían los padecimientos si se resolvía un crimen que fue cometido hace mucho tiempo y que por obra de la esfinge ya no es asunto para recordar por ninguno de los ahí presentes; se tenía que aclarar el asesinato del rey anterior a Edipo llamado Layo.
Después de oír éstas palabras, el rey Edipo hizo, muchas sanciones al que fuera el culpable y mandó a toda la población en busca de aquel asesino que mató al anterior rey. Una acusación era el exilio otra, que nadie le abriera las puertas de su casa y, otra más era que nadie le podía hablar ni admitirlo en sus plegarias o sacrificios porque era todo un criminal y debía ser castigado. Todo lo que se sabía y lo que se decía del asesinato de layo era que lo habían matado unos bandidos.
Por otra parte, una vez que hubo terminado la reunión de Edipo y el pueblo de Cadmo, se apareció ante el rey un adivino llamado Tiresias el cual dijo al gran gobernante que moderara sus palabras y acusaciones ante el asesino que aún no conocía ya que de lo contrario le podían pasar cosas muy malas; sin embargo, Edipo no hizo caso a éstas palabras del adivino que provocaron su enojo y cólera, así que lleno de coraje el soberano insultó mucho a Tiresias y lo echó de su palacio.
El pobre ciego (adivino), también se enojó e insinuó al gran rey la culpabilidad de tal asesinato, pero Edipo no se dejó y lo acusó de complicidad con Creonte para quitarle la corona y quedar su cuñado como único y legítimo rey, después de éstas últimas palabras, Tiresias se fue.
Edipo se quedó pensando en lo que le había dicho el adivino, así que habló con Creonte, su cuñado para aclarar el mal entendido, pero todas las explicaciones por parte de su cuñado fueron en vano, ninguna hacía cambiar de parecer en Edipo la idea de fraude y complicidad por parte de Creonte y el adivino.
Después, el magnánimo rey de Cadmo, habló con su esposa Yocasta, la cual le dijo que no se afligiera con todo lo que le habían dicho ya que era seguro que nada de lo mencionado por el adivino podía ser verdad, y así en el gobernante cesó por un rato su duda.
Luego de un tiempo de hablar con su mujer, ésta le indicó que hace mucho tiempo ella estuvo casada con Layo, el rey que yacía muerto, y que de él tuvo un hijo. Una terrible noticia había llegado a sus oídos por parte del oráculo de Apolo, tal profecía decía que el hijo de Layo habría de matar a su padre, casarse con su madre y engendrarle hijos, es decir, que el hijo de Layo habría de ser su asesino, esposo de su esposa y padre de sus hermanos.
También a Layo en ese tiempo le había llegado tal noticia, por lo que él optó por atar al niño de los pies, y llevarlo hacia las afueras de Cadmo para matarlo. Yocasta del mismo modo le dijo a Edipo que el rey Layo en el momento de su muerte iba acompañado de unos siervos, y de los cuales sólo sobrevivía uno que había sido mandado lejos por temor a Edipo, porque en el momento que vio a Edipo, sus ojos se llenaron de miedo y desesperación por lo que pidió un cambio de lugar de trabajo, lejos del rey.

Posterior a esto, Edipo hizo llamar a aquel siervo para aclarar sus dudas, pues ya sospechaba ser el asesino de Layo. Enseguida, llegó un mensajero a palacio, el cual daría noticia al gobernante Edipo; el enviado decía que el rey había heredado la fortuna de su padre Pólibo que estaba muerto y que por tal motivo debía ir a su lugar de origen para reclamar la corona y el reino de Corintio
Luego de oír éstas palabras del mensajero, Edipo no sospechó más de su inocencia en el asesinato, pero también recordó que un día le hicieron llegar una noticia parecida a la que oyó Yocasta que consistía en que, en un tiempo Edipo iba a matar a su padre y se habría de casar con su madre para tener hijos con ella, por tal motivo recordó que se fue de su lugar de origen y en un camino se encontró con un grupo de personas que custodiaban un carruaje, uno de los conductores empujó al joven y éste mató a todos los que iban ahí, menos a uno que logró escapar. Con tales reminiscencias, el rey de Cadmo, pensaba en su inocencia y en su culpabilidad al mismo tiempo que también temía por todas las sanciones puestas al culpable por él mismo.
Después de ésta noticia llegó uno de los criados de palacio el cual anteriormente había ayudado a Layo a deshacerse de aquel hijo que le iba a quitar la vida al rey.
Éste criado, le dijo a Edipo que hace mucho tiempo de sus propias manos le hizo entrega a una persona de las afueras de Cadmo, un niño, el cual fue crecido en una familia buena, y eso era todo lo que sabía.
Con todas éstas indagaciones a Edipo le llegaba a la cabeza la idea de que él era el asesino de su padre Layo y que se había casado con su madre Yocasta para tener hijos, inmediatamente de pensar y poner al descubierto al culpable, la buena madre y esposa de Edipo se suicidó debido a todos lo problemas que tenía y todas las faltas y orgías que había cometido con sus propio hijo.
Edipo lleno de culpa, se quitó la vista y mandó llamar a Creonte su cuñado, el cual iba a castigarlo y habría de ser testigo de las profecías cumplidas, dichas por el oráculo de Apolo. Creonte fiel servidor de Cadmo, exilió a Edipo que antes de irse se despidió de sus hijas y pidió a su cuñado y tío que cuidara de sus tesoros más preciados, por que él desde donde estuviera no podría hacerlo; con esto automáticamente Creonte quedó como rey de Cadmo y Edipo se marchó.
Así fue como Edipo, en un tiempo rey de Cadmo, mató a su padre, se casó con su madre y tuvo hijos con ella sin saberlo y fue el más desdichado de los desdichados.

ANTIGONA

La tragedia comienza en el amanecer del día siguiente del final de la guerra, el día en el que los dos hijos de Edipo, Polinices que ha conducido el ejército de los argivos contra Tebas, y Eteocles que la ha defendido, se han dado muerte mutuamente. Son las dos hijas de Edipo las que están en escena. Antígona pide a su hermana Ismene que la ayude a enterrar a Polinices, contraviniendo el mandato de Creonte, que ha ordenado que, como castigo al traidor, su cadáver quede insepulto. Pero ésta, alegando que de siempre había sido una persona temerosa e indecisa, no le prestó su ayuda y cuando le prometió no decirle nada a nadie, Antígona insistió en que no se lo callara.
La llegada del Coro, formado por ancianos y nobles tebanos, trae el saludo al nuevo día, el día de la victoria y, sobre todo, de la paz tras los horrores de la guerra. Han sido llamados por el nuevo gobernante aunque aún no saben la razón.
Hace su aparición Creonte y, antes de anunciar su primera disposición, expresa su confianza en que esos nobles y ancianos tebanos le sirvan a él con la misma fidelidad que ya mostraron a Layo y Edipo, sus antecesores. Es entonces cuando anuncia su prohibición de que se cumpla con el sagrado deber de enterrar a Polinices, el “hermano traidor” y que, en cambio, a Eteocles le rindan homenaje como defensor de la ciudad. El coro es consciente de la gravedad de esa ley, de lo que supone de atentado contra las leyes religiosas, pero, a fin de cuentas, están sujetos también a esa orden y están convencidos de que nadie sacrificaría su propia vida por contravenirla.
Sin embargo, están equivocados, como muestra la llegada de uno de los soldados encargados de vigilar el cadáver de Polinices para anunciar que alguien ha contravenido la ley y ha realizado ritos funerarios en su honor.
Más tarde los guardias traen detenida a Antígona, porque ha sido ella la que ha violado esas leyes para mantenerse fiel al deber sagrado debido a los muertos. Creonte le preguntó si era ella quien había cubierto el cuerpo de Polinices y afirmó q sí, que había sido ella y nadie más; pero Creonte no la creyó y pensó que Ismere tenía algo que ver, pues la había visto muy inquieta y mandó traerla a su presencia. Ismere había cambiado de idea, y sin haber participado en los hechos le dijo a su tío Creonte que ella había ayudado a Antígona.
Tras mandar a ambas a una celda, aparce Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona. La intransigencia de Creonte se convierte ya en ceguera, porque es incapaz de percibir que su condena a Antígona alcanzaría también a Hemón, lo que el Coro señala como algo que podría afectar al futuro del reino a través de su heredero, ya que son dos ahora las muertes que esa inflexible orden de Creonte puede causar. Pero nada hace cambiar la opinión de el gobernante que decide dejar en libertad a Ismere mientras que a Antígona la iba a dejar abandonada en una cueva con un poco de comida, la iba a enterrar en vida, para que así “su muerte no salpicara a la ciudad”.
La entrada de Antígona, camino de su mortal destino, nos la muestra cambiada. Ha perdido su altivez y la seguridad inicial. Increpada por Creonte y abandonada por todos, incluso por el Coro, su monólogo de despedida no es un canto de triunfo, sino de tristeza, nostalgia y desolación. De abandono frente a un deber con el que ha cargado en soledad y que no emprende ya con la altivez del triunfo.
La llegada del anciano Tiresias anunciando negros presagios llena a Creonte de inquietud. En un principio se niega a aceptar su error, pero su seguridad se desmorona y, atemorizado, intenta evitar que se cumpla la condena de Antígona.
Pero cuando llegó adonde se encontraba ésta, vio como estaba ahorcada y como agarrado a su cintura estaba su hijo Hemón, que había cargado su espada contra él, se la había clavado en el pecho, y en consecuencia había muerto. Volviendo a su palacio, con su hijo en brazos, encuentra que su esposa, Eurídice, no había podido soportar la muerte de Hemón y también ella decidió quitarse la vida.
Éste es el papel que le queda a Creonte. Por haber castigado a su sobrina, pues ésta había dado sepultura a Polinices, después de que éste muriera en combate contra su ciudad natal, Tebas, y de la que es Creonte el máximo representante, su hijo y heredero, Hemón , y su esposa, Eurídice, habían muerto. Tuvieron que morir muchas personas para que al final de la obra y sin remedio, Creonte se diera cuenta de su gran error, de que una persona, por mucho poder político que tenga, siempre está por debajo de los dioses y de las leyes “escritas” por ellos.
Personajes:
Antígona: Es la protagonista indiscutible de la obra. Desde el principio tiene muy claro lo que tiene que hacer y lo que debe hacer, pasando si hace falta por encima de los edictos del Rey de Tebas, su tío Creonte. Es consciente del peligro que corre, al querer dar sepultura a su hermano Polinices, pero ella antepone la necesidad de no fallar a sus antepasados a su propia vida. Ella dice llevarse por las leyes marcadas por los dioses, y no cree que ningún mortal pueda tener tanto poder como para anteponerse a los dioses: “No era Zeus quien imponía tales órdenes, ni es la Justicia, que tiene su trono con los dioses de allá abajo, la que ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos habían de tener tanta fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Que no son de hoy ni de ayer, sino que viven en todos los tiempos y nadie sabe cuando aparecieron. No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de hombre alguno[...]Así que a mí, al menos, sucumbir en este lance no me duele mucho ni poco: el que el hijo de mi misma madre una vez muerto quedase insepulto, eso es lo que me dolería. Lo demás a mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizás parezco loca a quien es un loco” Antes de que sea abandonada en la cueva, cuando la llevan de vuelta al palacio, Antígona parece haber cambiado y comienza a sentirse sola ante su muerte: “Sin llantos, sin amigos, sin himeneos, me llevan ya, triste de mí, a este viaje inevitable. Jamás me será dado ya, desventurada, ver el sagrado ojo del día; y mi muerte, muerte sin llantos, ningún ser amigo la llora” Al final, como Creonte, es castigada, pero con menos crueldad que a éste, ya que Sófocles castiga su dogmaticidad, pero no sus ideas, que probablemente comparte con el autor. Su muerte acarrea la muerte de Hemón, y la de éste conlleva la de su madre, Eurídice.
Creonte: Es el Rey de Tebas, padre de Hemón y tío de Antígona, Ismere, Polinices y Eteocles. Cree tener la razón cuando determina que Polinices no debe recibir sepultura, ya que a luchado contra su ciudad natal, pero no piensa en las consecuencias que puede traerle esa decisión. Es un hombre soberbio, y el poder no le deja ver más allá de sus narices:”...y quien se propase a faltar las leyes o pretenda imponer las suyas a la autoridad, este tal no será quien escuche alabanzas mías. Al que la ciudad ha colocado en el trono, a ése hay que obedecerle, en lo pequeño y en lo justo y en lo que no lo es” “¿Y la ciudad va a dictarme a mí lo que yo tengo que mandar?”, también es tremendamente machista: “...Que a mi, mientras viva, no me domina una mujer”
Solo se muestra indeciso cuando su adivino, Tiresias, le advierte de las consecuencias que puede traer su decisión, aunque en un principio tampoco le hace caso. Al final, y tras los vaticinios de Tiresias, decide ir él mismo a salvar a Antígona: “Me voy yo mismo, así, sin más [...] Que yo, pues éste es el consejo que he tomado, yo lo he hecho, yo lo tengo que deshacer por mí mismo. Me voy temiendo que es lo mejor llegar al fin de la vida respetando las leyes establecidas” Ahí comienza a darse cuenta de sus errores, pero no será hasta el final de la obra, cuando encuentre a su hijo y a su mujer muertos, cuando se de cuenta de que ha excedido sus limitaciones, y que se ha visto sobrepasado por el poder: “¡Ay de mi! A nadie, a nadie sino a mí se culpe jamás de este crimen. Yo te he muerto, hijo; yo, desdichado, lo confieso abiertamente. Sacadme de aquí, ¡oh siervos!, cuanto antes; sacadme fuera; yo ya no existo, yo ya no soy”. Sófocles le castiga duramente, ya que él se decanta claramente por “las leyes no escritas”, las leyes divinas.
Ismere: Es la hermana de Antígona, Polinices y Eteocles la sobrina de Creonte. Al principio se escandaliza cuando su hermana le cuenta sus planes para poder enterrar a Polinices, le dice que está loca y decide no prestarle su ayuda: “... Y ahora a nosotras dos, solas como hemos quedado, ¿qué muerte más atroz no nos espera, dime, si, a despecho de la ley, desafiamos los edictos y el poder del tirano? [...] Yo al menos pediré a los muertos que me lo dispensen, porque cedo ante el poder y acataré la autoridad constituida. Entremeterse demasiado es falta de juicio” Además es un personaje tremendamente obediente para con su tío, para con el Rey de Tebas.
Cuando es llamada por Creonte a su presencia, ésta admite haber tenido que ver con la sepultura de Polinices: “Mío es el hecho, si ésta me lo consiente; tengo parte en la culpa, cargo con ella”, lo que Antígona se niega a oír. Al final de la obra, es uno de los pocos personajes que no muere.
Hemón: Es el hijo de Creonte y el prometido de Antígona. AL principio de su aparición se muestra muy obediente con su padre y con la decisión tomada por éste: “Padre, tuyo soy. Tú me guíes dictando buenos consejos, que yo lo seguiré. No hay para mí bodas ni partido más aceptable que tu sabia dirección” Pero intenta convencerle de que se está equivocando, y de que todo el pueblo está en contra suya:”... con todo, también otros pueden tener un buen pensamiento. A mí me toca naturalmente observar qué es lo que dicen por ahí o hacen o censuran de tus cosas, porque al ciudadano sencillo le infunde demasiado respeto tu presencia para poder decirte cosas que te han de irritar con sólo oírlas. A mí, en cambio, me es dado escuchar en la sombra como llora toda la ciudad a esta doncella, porque siendo la que menos lo merece de todas las mujeres, mueren afrentosamente en pago de acciones las más nobles, porque no consintió que su hermano muerto en la guerra quedara insepulto, pasto de perros carniceros o de alguna ave de rapiña. ¿No es tal mujer digna de dorada recompensa?[...]No vivas casado con tu propia opinión, aferrado en que como tú las dices así son las cosas y nada más[...]Por más sabio que sea, nunca es humillante para un hombre el aprender en muchos casos de otros y el no aferrarse en demasía”. En último lugar, pasa de la obediencia a la discusión con su padre, en la que intenta convencer a su padre de que ha perdido la razón y que el asunto se le está escapando de las manos. Su aparición termina con estas palabras a su padre, que quería matar a Antígona delante de él, por su irreverencia: “¡Cerca de mí no! No lo creas, no; ni ella muere junto a mí, ni tú vuelves a ver mi cara con tus ojos; pasea tu frenesí entre aquellos de los tuyos que te quieran aguantar” Al final de la obra, se marcha donde está encerrada su amada y con su espada se quita la vida, agarrándose, con su último aliento de vida a Antígona.
Tiresias: es un invidente, anciano y adivino de Creonte: “Príncipes de Tebas, dos venimos juntos acá con la vista de uno solo; pues así son los viajes de los ciegos, de la mano de un guía” Es el protagonista que únicamente hace cambiar de opinión a Creonte, aunque no desde el principio de su intervención, y le avisa de las desgracias que puede sufrir por sus decisiones sumamente prepotentes y dogmáticas: “Y tú ten por muy cierto que no han de cumplirse ya muchas vueltas del sol en su veloz carrera sin que tú mismo veas entregado, muerto por muerto, a un hijo de tu propia sangre; porque tienes echado al mundo de abajo a quien es del de arriba, encerrando indignamente a un vivo en una tumba, y retienes aquí a un cadáver, posesión de los dioses infernales, sin sepulcro, sin exequias, sin respeto. Todos son atropellos cometidos por ti [...]Pasará un tiempo, nada largo, y llenarán tu propio palacio lamentos de hombre y lamentos de mujeres...” Esta intervención produce un cambio radical en el comportamiento de Creonte.
Corifeo: Es el presidente del Coro de ancianos de Tebas. Representa la máxima autoridad después del Rey y se muestra muy cuidadoso a la hora de hablar con éste.
Desde el principio sabe las consecuencias que puede traer la decisión tomada por Creonte, pero no se atreve a decírselo directamente, solo parece dispuesto cuando, después de los vaticinios de Tiresias, Creonte parece que ya ha entrado en razón: “Rey, se ha ido el hombre; misteriosos vaticinios ha pronunciado; desde que voy dejando blanco este cabello, antes negro, nos consta que jamás dictó profecías falsas a nuestro pueblo”
Es el personaje que recomienda a Creonte que deje libre a Antígona, y que entierre a Polinices: “Ve, y a la niña líbrala de aquella lóbrega morada, y al muerto ábrele una tumba”